El Inquisidor ha subido al Monte Castillo

El Inquisidor y sus kilos decidieron subir al Monte Castillo de Puente Viesgo. El Inquisidor subió los 359 metros de altura sobre el nivel del mar, solo, sin oxígeno, despacio y vigilando las pulsaciones pues sus 105 Kilos así lo exigian.

El Inquisidor dejó el coche en el aparcamiento y en el mismo punto inició «el ascenso». Apenas diez pasos y la oprobiosa atmósfera del bosque de eucaliptus típicos de Australia que no del norte de España le envolvió. Subiendo despacio, sin prisas y con pausas para sacar alguna que otra foto y vigilando que la respiración se mantuviese dentro de los cánones, el Inquisidor subió con valentía y con dos…»acojonos»: sus kilos y sus años.

La experiencia es un grado y la subida lenta y de ritmo regular surtió efectos aunque a los 20 minutos y rodeado aún de eucaliptus, las pulsaciones se desbocaron un poco pero el señor que todo lo ve y todo lo puede, es decir, un avispado concejal del ayuntamiento que decidió poner a mitad del camino un precioso banco, sacó al Inquisidor del apuro pues aprovechó la coyuntura para descansar y beber un segundo trago de agua. El primer trago de agua se debe tomar justo antes de empezar cualquier subida. Consejo de escalador y montañero veterano.

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El banco susodicho

De modo que el Inquisidor, su móvil y la botella de agua descansaron apenas tres minutos y continuaron la subida. Después del banco el camino se empinó un poco más y el Inquisidor se lo tomó con calma, al cabo de un rato se tomó el pulso que iba un poco acelerado y enlentenció, aún mas si cabe, el paso. Más agua, mas fotos y listo en un par de minutos, después de todo el corazón del Inquisidor tiene memoria de otras subidas mas duras, mas largas y en ocasiones agónicas, y sabe como latir con calma.

Afortunadamente los eucaliptus desaparecieron y la flora del lugar hizo acto de presencia para alivio del Inquisidor. Al Inquisidor le sobrepasó en aquel punto un veloz andarín, mas joven, calcula el Inquisidor que dos o tres años, pero como subía el jodío. Que «sí buenas tardes», que si una sonrisilla, que si un «ánimo que ya queda poco», en fin lo normal. El Inquisidor respondió con voz alta y clara demostrando que su respiración iba de cine, lo que le produjo una honda satisfación. Con que pequeñas satisfacciones nos conformamos los montañeros veteranos, bueno, los montañeros veteranos gordos, bueno, los montañeros muy veteranos y muy gordos. En fín que el Inquisidor prosiguió con calma y perfectamente recuperado pues la subidilla se suavizó un poco.

Sin esperarlo apareció el mirador del Monte Castillo. Mágnificas vistas sobre el pueblo, el rio pas, el Valle de Toranzo famoso entre otras muchas cosas porque Juan ,el hijo mayor de los Reyes Católicos, se casó en la iglesia de Santa Cecilia de Villasebil con Margarita de Austria. Al parecer la austriaca estaba de muy bien ver y el príncipe tenía prisa. De modo que según se encontraron se casaron y el himeneo tuvo lugar en la vecina Torre de los Villegas.

Dejemos a los Villegas, la nota histórica pedantesca, y volvamos al mirador del Monte Castillo. Lo mas hermoso del mirador no se podía ver: era el olor a hierba recien cortada que dominaba el ambiente. Al Inquisidor le resultará inolvidable el momento en el que se sentó en el mirador de espaldas al paisaje para oler con fruición el perfume que habia dejado el dalle al segar el prado que rodeaba el mirador.

El acceso a la cima fue algo complicado para el Inquisidor, un estrecho camino corto y pindio que se retorcía cuesta arriba, la roca se mezclaba con la tierra y la hierba seca le daba un un puntillo de inseguridad pues es fácil resbalar. Algunas vallas de madera cortaban el paso a las grietas de tamaño respetable que surgian en la roca, y ofrecían bastante seguridad, sobre todo psicólogica. Al poco llegó el Inquisidor al árbol que hay en la cima y al que tantas veces deseó llegar el Inquisidor cuando lo veía desde el pueblo, pero…

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…esa no era la cima. Junto al árbol hay un montículo sin el menor rastro de roca donde se ha erigido una cruz, un pequeño altar, un banco y un pequeño refugio para una virgen de madera. Desconoce el Inquisidor la filiación la imagen.

El descenso, que como todo el mundo sabe es lo más díficil, no le produjo al Inquisidor ningún sobresalto, aplicó el viejo lema de «sin prisas pero sin pausas» y pisando sobre seguro bajó tranquilo y concentrado, hasta que que un sonoro «¡Coño Pepe que haces aquí! (al Inquisidor le llaman Pepe), le sacó de su ensoñación. El Inquisidor miró sorprendido y  allí estaba sonriente, joven y sudoroso un antiguo compañero del equipo de baloncesto de su hijo. Sonriendo, el tío estaba sonriendo, mientras el Inquisidor estaba echando el bofe. El Inquisidor se alegró de verlo. Después de los saludos de rigor prosiguió la bajada  pensando en como crecen «los niños» y en como le dolían las piernas.

Y está subida al Monte Castillo del Inquisidor, mientras recordaba otras ya pasadas, terminó, se fué, acabó.

Al Inquisidor le dura la felicidad todavía.